Reflexiones de una residencia artística en Roma en medio de una pandemia

En esta segunda ola pandémica en Costa Rica ―con sus respectivos esfuerzos de contención― me pongo a mirar fotos y recuerdo que tengo pendiente mi huella histórica en la documentación de mi residencia artística en la Real Academia de España en Roma. Suceden tantas cosas en 15 días, que es imposible captar toda su esencia solamente en fotografías. De hecho, estuve tan consciente de ello que me dediqué a consumir la ciudad con mis 5 sentidos. Los humanos nos esforzamos mucho en que se nos recuerde, y nos esforzamos poco en recordar, especialmente ahora que tenemos tantos gadgets que recuerdan por nosotros.

Roma es un Museo al aire libre con múltiples patrimonios de la humanidad, tanto oficiales y validados, como aquéllos que se validan popularmente. La conservación de la historia se da en medio de lo cotidiano: una familia promedio del 2021 se encuentra viviendo en medio de las edificaciones más antiguas de la cultura occidental, compartiendo bloques de piedra con fantasmas de más de 2000 años. Quizá para el romano promedio ya esto deja de ser impresionante, pero para mí, ver tiendas de abarrotes y cafeterías comunes dentro de centenares de Teatros Melico Salazar, es como entender por qué Europa siempre se ha considerado la "linda de la clase", la niña fresa que llegó a hacerle bullying a la aborigen latinoamericana. Es una lástima que hayan arrasado con todo y que lo que conozcamos de la historia occidental en Latinoamérica sea la versión de la niña fresa. Pese a estas reflexiones sobre la supremacía de unas civilizaciones sobre otras, para las personas con problemas vocacionales una visita al Panteón de Agripa podría sugerirles querer ser historiadores, arquitectos, restauradores de arte o artistas.

La gran arquitectura romana, aún conservada, revela egos enormes de pequeños hombres que se aseguraban su permanencia póstuma con gran ímpetu y ego. ¿Lo habrían hecho a consciencia de ello? ¿O era el modus operandi predeterminado? Casi como si estuvieran enamorados de sí mismos y tuvieran que demostrarlo al mundo. En el Foro Romano, enormes columnas que, pese a la erosión ambiental y de la civilización, siguen en pie. ¿Qué construcción actual podría perdurar tantos años? La calidad de los materiales, la minuciosidad de la mano de obra, hay detalles que reflejan una gran pasión por lo estético y lo visual. Se trata de una cultura de lo bonito, una normalización de lo bello; pero más que bello, lo grande. La muestra de testosterona se erige como una especie de demostración de poder ―no por nada la existencia del Coliseo como espacio para las prácticas violentas segregadas por clases hace parecer que es el balance interno para contrarrestar lo mucho que gustan de lo lindo y no parecer tan cursis―.

“Roma entre arte, arquitectura y religión: un culto a la belleza a través del egocentrismo y el poder” sería el título que le pondría a un libro sobre mi experiencia absorbiendo la ciudad. Quizá porque no vivo allí mantengo un poco de ese "al cabo ni quería" aferrándome a la idea del narcisismo humano reflejado en la opulencia imperial. Pero ¡qué más da! Roma es tan bella, con todo su egocentrismo, como espejo del poder en su estética, con esos espacios ―casi todos devotos a la religión― que, por poco, podrían tenerme rezando misterios en un rosario.

De hecho, entro a la Basílica Santa María Maggiore y caigo en cuenta de que Jesús es un gran influencer del mundo. ¡Después de muerto aún tiene seguidores activos! Entiendo, sin citar ningún libro de historia, el origen de la arquitectura de Antigua Guatemala y de Cartagena. Se trata todo de influencers y seguidores, ¡y el gran poder que los seguidores pueden tener en colectividad! ¡Cuántas iglesias!, ante el poder de la palabra y la fe. ¡Y el capitalismo!, la explotación se fusiona con lo eclesiástico dentro de un tour guiado. ¡Vaya poder el del consumo masivo! La religión es definitivamente un gran motor no solamente del poder y la autoridad, sino también del turismo y economía. Los miles de rosarios en las tiendas mueven fe y mueven negocios. El confesionario es una atracción especial y tiene un letrero de todos los idiomas en los que se pueden indultar los pecados.

El impacto del turismo es tal que se nota su caída ahora en tiempos de pandemia. Caminar por la ciudad vacía, hermosa pero solitaria, de repente parece un escenario apocalíptico zombie donde camino en busca de suministros. Todo está cerrado o pseudo-abierto. Sin embargo, fue un lujo de tenerlo todo para mí solita, sin los turistas que modificamos tanto el paisaje, especialmente en los Museos, donde normalmente las grandes filas y acumulación de personas no te dejan conectar en silencio con los mensajes que nos enviaron desde el pasado.

En los Museos del Vaticano reflexiono justamente que la historia de las artes visuales retrata realidades, escenarios, paisajes, cosas vistas desde un ojo particular. Alejándome de la escena, comprendo que, pese a que los tiempos son otros, las dinámicas del mundillo del arte no son muy diferentes que en el siglo XV y XVI: las realidades que permanecen en Roma son las de Rafael, Leonardo, Miguel Ángel, Bernini, Borronini, Caravaggio, los famosos, los “amiguis” con oportunidades. Las obras que miro me muestran las mismas dinámicas actuales del poder y lo comercial.

Sin embargo, en un mundo sobre visualizado, sobre documentado ¿qué pueden ofrecer las artes visuales ahora? Allí, sin referencia bibliográfica puedo entender también el nacimiento del arte contemporáneo. El registro de la visualidad ya no está únicamente en manos de artistas, todos, con cada foto en sus redes sociales, dejan imagen de cómo son las cosas. ¿Qué podemos aportar hoy para la posteridad desde las artes tradicionales? Si la pintura puede ser digital, si la escultura también puede ser impresión 3D ¿qué puede aportar lo tradicional desde su anacronía?, pero, además, con la filosofía de lo efímero, ¿qué perdurará de lo actual para el estudio y documentación del siglo XXI en el futuro? ¿Serán los datos la documentación de las generaciones futuras? ¿Será más bien la Rena Ware la próxima vasija en los museos del futuro? ¿Quiénes serán los artistas que después de muertos serán recordados por su obra?

Tantas retóricas inundan mis días y, montada en una llamativa bicicleta de alquiler por código QR, llego al parque chino de Roma, la Piazza Vittorio Emanuele II. Jóvenes y no tan jóvenes juegan bádminton y ping-pong público. Nunca viví en China, pero como descendiente de migrantes siempre hay algo que traés dentro que te conecta. Automáticamente se me ponen los ojos turbios y echo un par de lágrimas que no caen. El sentimiento de comunidad y pertenencia de no sentirte tan solo. En ese parque estamos los chinos, los negros y otros POC; todos de diferentes orígenes, pero de un similar contexto de migración: trabajo, economía, política. Los migrantes estamos en todo el mundo y de alguna manera pienso que miramos las cosas un poco diferente que la cultura hegemónica del sitio.

Al atardecer, mirando por el jardín romántico desde mi estancia en la Real Academia de España en Roma después de varios días de recorrer la ciudad, pensé en el bicentenario de independencia de la República de Costa Rica, como tica descendiente de migrantes chinos. Sin duda, muchas interrogantes y reflexiones sobre el pasado me fundían la cabeza después de un día de explosión cerebral. La primer generación de becarios en la Academia de España en Roma llegaron en 1873, al mismo sitio donde yo estaba, mientras que a Costa Rica llegaba un barco de Macao con uno de los primeros "lotes" de chinos para trabajar en la construcción ferroviaria. De repente me sentí parte de la historia: somos, cada uno, los más complejos repositorios de información, desde nuestra memoria hasta nuestro ADN. Allí, cada uno de los residentes-becarios, estábamos haciendo converger cualquier cantidad de cultura. Y eso, señores, es lo invaluable de una residencia artística.

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